miércoles, 2 de marzo de 2011

IZNOGOUD EL INFAME





El gran visir Iznogoud (léase: is not good) alias “El Infame”, siempre quiso ser Califa en lugar del Califa.

Obsérvese que no solo quiso ser califa, lo quería en lugar de, es decir eliminando previa y necesariamente al mandatario supremo.
Claro que, con ese aspecto y esas vestimentas, queda bastante alejado de todo lo que no sea una ficción infantil ambientada en un tiempo pretérito en países tan lejanos como irreales. Aceptémoslo así, de momento, como un personaje de comic, dentro de una historia tan exótica como divertida.

Los recientes sucesos en el Oranesado (1), antes Cartago, comienzan a establecer ciertas analogías entre los califas de turno (2) y los pretendientes a sustituirlos, nuestros iznogouds de la historieta.
Pensar que una vez eliminado el reyezuelo (ese era de TBO, de Soglow) inmediatamente va a desencadenarse una breve y gloriosa transición, que va a convertir el sistema político en la luz y la gloria, además de envidia de Occidente, pertenece a los sueños bienintencionados de los lectores de novelas gráficas, de aquellos que además, ignoran que allí está y estará Iznogoud para impedirlo.

Pensar que de pronto, pueblos con culturas (o inculturas según otros) milenarias van a ver la luz, y convertirse al progreso, superando el escollo dictatorial en el brevísimo tiempo que dura el resplandor de un flash de tungsteno (nada que ver con Flash Gordon, nuestro héroe), ahorrándose los diez siglos que los países democráticos desde Cromwell hasta la caída del muro (ahí comenzó un lapsus que no sabemos cuanto durará) con todos los esfuerzos, los dolores y sinsabores, los dramas y sacrificios que a los ciudadanos del mundo libre les ha supuesto conseguir cada retazo, cada minucia de libertad, cada derecho que han ido acumulando lenta y persistentemente al legado que dejan a sus hijos en cada generación sucesiva.
” Todo eso que ves aquí (en tu tierra amigo, en tu país, en tu sociedad colega) será algún dia tuyo, hijo mío”.

Pensar eso es sencillamente no pensar. Y mas los que tenemos elementos autóctonos para comprobar dolorosamente la diferencia entre fantasía (historia escrita por y para políticos) y realidad (los sufridores de la cosa, aka pringaos).

Ahora, vamos a celebrar el doscientos aniversario de la Constitución de Cádiz, segunda vez en nuestra historia en que se intentó algo parecido al consenso (La primera terminó en Villalar, con la decapitación de aquellos españoles que trataron de hablar con el califa, sin quitarse antes el sombrero). Aquí, la segunda ocasión, también llamada primera república, nos duró tan poco, que las ideas de democracia y progreso procedentes de la revolución francesa terminaron huyendo despavoridas ante el grito de “Vivan las caenas” y ante la restauración monárquica que estableció la democracia ad hoc para nosotros, la de la alternancia entre Cánovas y Sagasta (califa en lugar del califa), que dura hasta nuestros días con el interludio sinfónico de todos conocido.

Y volvamos al amor.

Iznogoud no es solo un malvado bajito que quiere ser califa en lugar del califa. En realidad es siempre el mismo personaje, solo cambia de aspecto, de túnica o corbata, como ya vimos antes, y su actuación es idéntica a la de todos los que detentan el poder cuando el pueblo les da el plácet, los vitorea, y les reconoce como elegidos por el cielo como la joya, la perla de Libia o la rosa de Alejandría. Por otra parte, suele insistir el artista, en que quiere hacerlo en lugar del califa, promete eliminarlo y, además, va a disfrutar con ello. E insiste más bien porque sabe que esa eventualidad, defenestración incluida, suele divertir mucho al populacho. Aunque lo habitual sea que, una vez obtenido el cetro, olvide la ira impostada y a la vez que su semblante sufre un brusco viraje a la sonrisa, olvide los pecados de su antecesor, si los hubiere.
Abrazacito de Vergara al canto, hoy por ti mañana por mí y a ver si casamos tus niñas con los míos y aquí paz y después gloria.



De ahí a pensar que el siguiente, el próximo, vaya a hacerlo mejor mientras no cambie la actitud, y la aptitud política del pueblo que los sustenta, solo existe la no sorpresa del que se moja en un charco – mi calle está llena de ellos- los bajos del pantalón, los días de lluvia. Algo absolutamente previsible.
Y la sensación de considerar a los súbditos de Alá norteafricanos y su afán de modernidad como algo justo y lejano viene a ser la misma que tienen los europeos del norte, la que siguen teniendo frente a nosotros, a los católicos y apostólico romanos en nuestro eterno afán de justicia cristiana y modernidad tradicional, afanes de difícil digestión.

Esperanzadora sensación que, no puede quedarse en la mera y transitoria fantasía del sueño de la razón, ese solo genera monstruos, de los que dibujaba Goya, que no debe quedar aislada de la fe individual y colectiva en la necesidad de cambiar muchas cosas aunque sea para que solamente algo no siga igual , aunque sea un minúsculo fragmento de dignidad colectiva, de momento, y siempre que interpretemos correctamente lo que nos quiso decir Lampedusa, pensar en lo contrario de lo que estaba diciendo, ya que no debemos ni podemos resignarnos a que todo siga igual, indefinidamente.

Corolario:

1.- Tomadura de pelo
2.- Consentida
3.- Muy costosa en lo material y en lo espiritual.
“Todo eso, (democracia), que no ves desde aquí, pudo haber sido tuyo hijo mío”.
4.- ¿Hasta cuándo, Iznogoud?




(1).- El Oranesado, es decir Oran y los territorios adyacentes, la actual Argelia, fue conquistada personalmente por el cardenal Cisneros, a la sazón (o sea former), confesor de la reina y no pasó a dominio francés hasta el siglo diecinueve, siendo reclamado por Franco a Hitler en las negociaciones de Hendaya como contrapartida imperial. La respuesta es por todos conocida.

(2) La alternancia democrática, negociada entre Cánovas y Sagasta,(Pacto de El Pardo) también llamada gobierno “por turnos”, hizo germinar la ancestral semilla de corrupción nacional, y llevó al caciquismo patrio a establecer un patrón biunívoco en la relación entre electores y elegidos, relación pecaminosa que todavía hoy corroe las almas laicas, o sea pocas.






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